No coordinamos el beso y nos
dimos un pico. Qué horror, me sentí una idiota. Fue una danza de caras, de
cachetes, una gambeteada futbolística del saludo, para que termine así, en un
baile descoordinado y un beso torpe. Un papelón. Él se rió, pero yo estaba
bordó. Me preguntó cómo estaba, que hace cuánto no nos veíamos, que estaba muy
linda, que si tenía hijos. Tuvimos la suerte de resumir veinte años de no
vernos en tres o cuatro frases concretas. Yo me casé, me separé, dos nenes,
yendo al laburo. Él también, pero una sola nena. Estaba lindo,
siempre lo fue, me dijo que qué loco que nunca nos habíamos cruzado trabajando
tan cerca. Sí, la verdad, una locura, tan loco como el pico. Dios, qué
vergüenza.
La semana siguiente pasó lo mismo. En la esquina del laburo,
casi entrando. Pico de nuevo. Si me pisaba un camión era menos dramático. Esta
vez me fui apurada y ni le hablé. Lo estaba de hecho, pero el pico me hizo huir.
Nos cruzábamos los miércoles antes de las nueve. Se
convirtió en algo habitual. Una vez que llovía me paré en la otra esquina,
abajo del techo de un local, porque no había llevado el paraguas. Lo vi venir
desde la otra cuadra, y se quedó parado donde siempre. Yo me escondí atrás de
un container lleno de basura reciclable. Se habrá quedado unos cinco minutos, con
el paraguas, mirando. Después se dio media vuelta y se fue. Había parado ya de
llover.
Muchas veces nuestros picos eran muy inventados, me pedía la
hora, se hacía el distraído. Hace unos dos meses, fingió que se tropezaba y me clavó
un buen beso. Justo pasó la maestra de los nenes. Ya el beso no me interesaba,
pero no me gustaba con gente alrededor. Ella ya sabe que estoy separada pero,
no sé, no quiero que piense que me ando levantando hombres grandes. Aunque yo
también a veces me veo así. Una mina grande. Una mina grande que lo único que
la entusiasma en la semana es darse un pico con un ex compañero del secundario.
Nunca nos preguntamos nada, salvo la primera vez que nos
cruzamos y fue ese extracto de la vida lo único que supe por casi un año. Un
año de picos. Los conté, fueron treinta y nueve en total. Lo sé porque era
justo principios de marzo y en diciembre me preguntó con quién pasaba las
fiestas. En lo de mi vieja, como siempre, y año nuevo los nenes con mi ex
marido. No sé por qué le di esa información adicional. Me deseó felices fiestas
y ahí, antes de irse, me pidió mi teléfono. Para saludarme por las fiestas,
supuse. Se lo di. Cuarenta.
Me mandó un pico por Navidad, y otro por año Nuevo. Le
respondí con un “jaja gracias” completamente seco. ¿Qué le iba a poner? “¿Otro
para vos?” Ya uno es suficiente. Con estos últimos casi que pierdo la cuenta.
En verano me agregó a Facebook. La nena es preciosa, igual a
él. No le vi fotos con minas, algunas con amigos, siempre con la nena. No es
muy expresivo, puso un tema de Creedence que me hizo acordar al día en el que
me sacó a bailar en Cerebro. Me volvía loca en ese momento. Y yo tenía una
cintura de avispa tan divina que todavía pienso por qué no fui más viva y aproveché
mi juventud para pasarla un poco mejor, sin tantos complejos.
Me borró de Facebook en Febrero. Un hijo de puta. Claro,
seguramente se sentía perseguido y no, nunca quiso nada serio con nadie.
Siempre fue igual. Le pregunté al más grande y me dijo que salvo que ponga
algún comentario o “Me gusta” en las publicaciones podía perseguirlo tranquila.
Le di un cachetazo y lo mandé a hacerse la cama y ordenar un poco ese desastre
que era su cuarto. Capaz fue porque vio que yo subo muchas imágenes de la
Virgen de Guadalupe y no es tan católico, andá a saber. Y eso que ya desde
enero no subía más de esas, por las dudas, para ver.
En marzo me lo volví a encontrar. En el mismo lugar. Estaba
un poco más bronceado. Cancún, por lo que me dijo. Se debía un montón de días y
aprovechó a juntar todo e irse un poco más. Él solo me dijo lo de Facebook. Que
lo cerró porque no le gustaba el puterío que se armaba y porque entendía la
mitad de las cosas. Le dijo que tenía razón, que yo también estaba pensando en
cerrarlo. Me invitó a tomar algo pero le dije que no, que así estaba bien. Creo que lo entendimos. Ese día publiqué un par de oraciones de San Antonio y San Benito que
estaban lindas.
Me casé con Guillermo después de dos años de conocernos y
salir. Un tipazo, los nenes están chochos, además él no tiene hijos así que
para mí mejor. La verdad me siento muy feliz, nunca pensé que rearmaría mi vida
después de ese desastre de la separación. Me lo presentó una amiga de mi
hermana en un cumpleaños, la empatía se dio enseguida. Las mejillas siempre
chocaron sin problemas. Me acuerdo el primer beso pero los demás ya me los
olvidé. Conseguí trabajar desde casa, él me ayudó. En la misma oficina, pero es
mucho más relajado. Puedo pasar más tiempo con los chicos y con él. A veces los
lleva a los nenes a la escuela, a veces yo. El último miércoles, tres días
antes de casarme, se lo conté. No le molestó, él también estaba en pareja hacía
unos dos meses. Nos felicitamos, no sé, fue lindo. Me puso contenta, es un buen
tipo, trabajador, la nena es preciosa.
Nunca se lo dije a Guillermo, ni se lo voy a decir. Yo lo
amo y no siento que lo traicione en absoluto, esto es otra cosa, muy diferente.
Es parte de mi vida y no es nada que me avergüence ahora. Empezó así y sé que
algún día va a terminar. Quizá en algún número redondo, el trescientos o algo
así, largue. No sé cuántas semanas tiene el año, capaz redondeo.
Para mí, al menos por un tiempito más, los miércoles son los miércoles de pico.